tag:blogger.com,1999:blog-11474462328158023972024-03-13T20:19:16.015-07:00Cartas desde un Campamento GuerreroSerás más que filo, más que escudo y manto, al dejar que la voz de los dioses te guíe bosque adentro. Alba.Rolsferhttp://www.blogger.com/profile/05507961838945245603noreply@blogger.comBlogger7125tag:blogger.com,1999:blog-1147446232815802397.post-582164142647624342016-12-20T08:33:00.001-08:002016-12-20T08:33:26.811-08:00La dote<div style="margin-bottom: 0cm;">
<i>La primera vez que ocurrió, fue
también el momento en el que tuve la certeza de que nunca podría
protegerla, y fue peor el miedo que vino después, durante los años
siguientes, aflorando con más intensidad cada vez que aquella bestia volvía a mi memoria. Se convirtió en mi propia pesadilla, pero ella era
tan pequeña, tan inocente...</i></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
La mujer, que en principio se había
mostrado rígida e intransigente, demasiado preocupada por la
seguridad de su preciada hija como para ser cruel incluso con ella,
comenzó a relajar sus hombros en señal de derrota. Una derrota que
la había estado atormentando desde aquella primera vez y que había
tratado sin el menor éxito borrar de su mente.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
— Háblame de ello —pidió el
alegre viajero de ropas coloridas—. No me han dado detalles ¿Qué
ocurrió exactamente?</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
La mujer se retorció los dedos con
nerviosismo y su vista se perdió a través del vapor de la jarra.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
— Fue el día de su ungimiento. No
habían nacido niñas en los últimos quince años y fue... Oh. Toda
la aldea estaba enamorada de ella. Y yo también, y su padre. Era una
hermosa niña sana que trajo la felicidad no sólo a nuestro hogar,
si no a los de nuestros amigos y vecinos —el recuerdo le dibujó una
sonrisa amable y nostálgica. Más allá del vapor, aún podía ver
el rostro de su bebé.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
Pero el velo se difuminó cuando el
hombre tomó la jarra y se sirvió otro poco, devolviéndola a
aquella mesa y a la delicada situación que tenían entre manos. Ella
suspiró y guardó las manos bajo la mesa, sobre su regazo.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
— Oí sobre un incendio, una
catástrofe sin igual. Pero sin detalles. Es curioso como los pueblos
apartados atesoran sus recuerdos y dejan que se difuminen con la
historia. ¿Sabéis, señora? Es así como se forjan las leyendas —él
sonrió con amabilidad, pero ella sólo le devolvió una mirada
cortante y enfurecida. El hombre feliz no se inmutó por ello—.
Entiendo que los amargos recuerdos pesen, por favor, disculpadme y
proseguid.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
— No fue solo un incendio, fue una
tragedia de la que nuestros amigos jamás pudieron recuperarse. El
día del solsticio se le celebra a Jonos, como bien sabéis, y todos los
muchachos, niños pequeños y jovencitos estaban reunidos en el
templo, junto con sus padres, celebrando el comienzo de la retirada
del verano. En ese templo mi niña había estado recibiendo la primera bendición de los dioses a penas unas horas antes.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
— ¿Todos murieron? —preguntó el
hombre con actitud seria y solemne, aunque sin rastro alguno de
compasión.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
— No todos, no. Los adultos...
salieron. Los niños murieron —corrigió ella notando un nudo en la
garganta—. Todos ellos, desde las criaturas que a penas gateaban
hasta los jóvenes que esperaban celebrar su comienzo como hmbres. Todos ardieron —sus hombros se hundieron todavía más—.
Fue tan terrible, que al norte, en las montañas, todavía hay gente
que dice oír los lamentos arrastrados por el viento, el olor del
fuego, de la madera convirtiéndose en polvo y la carne hecha
cenizas. Y yo estaba en la ventana, con mi criatura en brazos. No
entendía qué estaba ocurriendo. No llegué a comprenderlo nunca.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
Se hizo el silencio y el hombre,
impasible, respetó el dolor de la mujer aunque no le prestó
atención. Saboreó un trago caliente y meditó para sus adentros
acerca de cómo las gentes humildes generaban sus propios demonios
después de una gran pérdida. Poco impresionado, chasqueó la lengua
y se dispuso a tomar una de las frutas de un cestillo cuando la mujer
retomó su historia.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
— Esa noche yo tuve que quedarme.
Durante mucho tiempo creí que el pueblo entero nos había maldecido
por aquello. Por envidia, por el dolor. Yo me había retirado con mi
recién nacida y no podía abandonarla mientras todos trataban extinguir el fuego, desesperados. Durante los meses siguientes todos
me miraban, podía notarlo. Mirad, ahí va esa... Ramera de la fortuna, les oí decir una vez. Y yo no podía
contarles lo que ocurrió aquella noche, no pude, sentí que sería
peor que lo supieran. De saberlo, entonces me condenarían a mi y a
mi familia al destierro. Estoy segura de eso.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
— ¿Qué más ocurrió? —retomó su
interés al comprobar que la mujer se sentía más abatida por su
propio secreto que por el atroz suceso en el templo de la aldea.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
Ella se encogió sobre si misma y trató
de refugiarse en la tenue luz de la mañana que empezaba.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
— Era muy tarde, de noche. Yo no era
capaz de conciliar el sueño. Mi niña estaba en su cuna, en el
cuarto de al lado, y mi esposo entró por la puerta de nuestra
habitación cubierto entero de hollín. Había estado llorando y
peleando, pero cayó derrotado al borde de la cama. Cuando quise
preguntarle, rompió a llorar de nuevo, y en su ropa traía el olor
de la muerte. Entonces lo oímos.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
La mujer tragó saliva y fijó la vista
en un punto de la mesa, como si su recuerdo estuviese justo allí.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
— Era como... un golpeteo, un
chirrido repetitivo que provenía de la habitación de mi bebé. Poco
después de que empezase la oímos llorar, y fuimos corriendo a su
habitación pero....</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
— ¿Pero?
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
Ella negó con la cabeza.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
— No logramos cruzar el umbral de la
puerta, nos quedamos paralizados. La habitación estaba... oscura, fría. Había algo dentro, pero no lo vimos enseguida. Sentí que me había metido entre las fauces de una bestia infernal y que su lengua serpenteaba a mi alrededor.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
El hombre, que escuchaba con atención, movió la cabeza tratando de apremiarla para que prosiguiera. Ella le miró, esperando no encontrar prejuicio en aquel par de ojos azules.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
— Una sombra. Al principio parecía
una simple sombra, pero... era lo que estaba haciendo llorar a mi
niña. Era un... parecía un hombre. con el cuerpo negro, el rostro negro, creí
poder ver a través de él pero se materializó de forma espantosa.
Era un gigante hecho de sombras, hombros y espalda muy anchos,
desnudo, muy, muy alto, con los brazos flacos que le llegaban casi
hasta el suelo. Y tenía garras —hizo una pausa y se humedeció los
labios. Poco a poco el recuerdo se volvía nítido y eso la incomodaba—. Garras en sus
manos, largas y finas. Sus piernas se doblaban como las de una
gallina, y allí también tenía garras que se hundían como raíces
en el suelo. Aquella oscuridad salía de él, y nos miraba.
Tenía unos ojos que parecían vernos desde muy lejos, y no parpadeó
ni se movió. Sólo mecía la cuna.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
Era la primera vez que contaba aquello,
y de pronto notó su error. Suspiró pesadamente y dejó caer la
vista, incapaz de atreverse a interpretar una posible mirada de
burla. Pero el hombre no se estaba burlando de ella. De pronto, las historias que había oído sobre aquella muchacha carecieron de importancia. Supo enseguida que su intuición no le había fallado.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
— ¿La estaba meciendo? ¿La sombra?
—preguntó y la mujer volvió a mirarle despacio.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
— Con una de sus garras. Tenía la
cuna agarrada por el cabecero, y tiraba de ella, de un lado a otro,
tan rápido y con tanta fuerza que el bebé iba de un lado al otro y
por un momento creí que se caería. Y ella lloraba, y lloraba. Y yo
no podía moverme. Cuanto más mirábamos, con más fuerza empujaba
la cuna de un lado a otro. Hasta que paró de pronto. Como con un parpadeo.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
El hombre alegre de ropas coloridas se
movió en su asiento y sus joyas tintinearon. Se recostó en el
respaldo de su silla y guardó silencio mostrando una simulada
preocupación para evitar que la mujer creyera que la estaba
juzgando.
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
— Sencillamente, de un momento a
otro, todo paró. La sombra desapareció y la luz del cielo nocturno
volvió a bañar la habitación. En mi cabeza seguía oyendo el
llanto desesperado de mi niña, pero en realidad ya no estaba
llorando. Creo que no lloró en realidad. Cuando por fin conseguí entrar, me acerqué a la cuna y
allí estaba, profundamente dormida. De nuevo me pareció la criatura
más hermosa que había visto nunca.
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
Tras un momento de pausa, el hombre se
permitió tratar de animar la conversación. Dio un respingo con una
sonrisa y volvió a llenar los dos tazones con la jarra humeante.
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
— Nuestro contacto a medias no
mencionó detalles tan íntimos, por supuesto. Pero si que me habló
de las sacerdotisas. Sin sus palabras, sin el empeño tan exagerado
que puso en conseguir que me plantease esta transacción, no estaría
aquí.
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
— Ellas simplemente me dieron la
enhorabuena —dijo sin más la mujer desganada—. Dijeron que los dioses me
habían bendecido con una niña, y que ella era una niña doblemente
bendecida, que no era otra cosa que un poderoso don. Pero... ¿un don? ¿Qué clase
de dioses otorgan dones así y a criaturas inocentes? Me hablaron de
sueños, de profecías... Pero yo se que aquello sigue estando con
ella. Hay monstruos, demonios viviendo a su lado, dentro de ella, que
salen mientras duerme. Nunca recuerda nada, y creo que es mejor así.
No puedo —su voz se rompió momentáneamente—, no puedo
protegerla. Lo se. He hecho todo lo que pude, y sin embargo dentro de
mi siento que nunca será suficiente. Debe estar con alguien que
pueda comprenderla y protegerla de verdad.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
Aquellos fueron las palabras mágicas.
El hombre sonrió complacido para sus adentros y se acomodó todavía
más en su silla. Estaba plenamente satisfecho con lo que le parercía un trato y una oportunidad irrepetibles. Pero era un hombre
cauto, sabio en aquellos menesteres y no podía mostrarse
impaciente o con prisa. Se tomó su tiempo para consolar a la
exhausta madre, para dedicarle sus más afectuosas palabras,
plegarias y deseos. Debía procurar que no se echase atrás, no ahora
que habían llegado tan lejos, que había viajado tanto por incómodos
caminos para llegar hasta aquella mesa. Pero, en su interior, ya
estaba saboreando el premio, el triunfo. <i>La chica de los sueños
proféticos,</i> se dijo a si mismo. La chica que jamás ha visto con sus
ojos nada más allá de su jardín, y que sin embargo podía ver los
horrores más inmundos de aquella vida y de la otra, tal vez. Y
por tan sólo un puñado de cabezas de ganado.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://3.bp.blogspot.com/-BqhNx6xLHoM/WFlXPfdrMGI/AAAAAAAAGfc/57xJC-0XqcYaLs1w8BpTk71C62dqnJz1wCLcB/s1600/Pesadilla%2Bde%2BKyrie%2BFINAL.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="640" src="https://3.bp.blogspot.com/-BqhNx6xLHoM/WFlXPfdrMGI/AAAAAAAAGfc/57xJC-0XqcYaLs1w8BpTk71C62dqnJz1wCLcB/s640/Pesadilla%2Bde%2BKyrie%2BFINAL.jpg" width="510" /></a></div>
<br />Alba.Rolsferhttp://www.blogger.com/profile/05507961838945245603noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-1147446232815802397.post-11727462203506750172016-09-15T04:15:00.001-07:002016-09-15T04:15:22.529-07:00Dragón<div style="margin-bottom: 0cm;">
Cayó al suelo abatido por el intenso
hedor. El calor le quemaba las fosas nasales, la garganta y los
pulmones como nunca creyó que un fuego pudiera hacer. No fuego que
hubiera conocido en este mundo ni en esta vida, no un fuego de llamas
y brasas.
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
Los músculos entumecidos se negaban a
obedecerle, la parálisis del terror le permitían pensar tan sólo,
una y otra vez, en qué si bien no podía morir, ¿cuál sería el
dolor más tormentoso que podía sufrir su cuerpo?</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
El dolor y el hedor tenían forma de
bestia alada, una monstruosa aparición que aseguraba aparecérsele
desde aquel mismo instante cada vez que cerrase los ojos. Cada vez
que parpadease.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
La bestia escupía y vomitaba bramidos
que parecían sacados del estómago del infierno. La sangre se le
heló en las venas al ver que el cielo quedaba cubierto por su sombra
espectral. El cuerpo fibroso y abultado crujía a cada movimiento,
los músculos emitían un sonido tan denso al tensarse que podía
masticarse. Las alas, membranosas y gruesas, extendían el calor
antinatural que emanaba de sus entrañas y se solidificaba al filo de
la piel de roca, creando venenosas escamas sin forma.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
No podía describir a aquel ser, jamás
había visto nada similar y creía que se trataba de una mala
pesadilla, pues parecía algo impropio también del mundo al que estaba acostumbrado. Allí
tendido, en la tierra batida y torturada, se sentía como una ofrenda
viva a un dios despiadado, allí tendido, en la cima del mundo, al
final de toda la existencia restante y donde nadie podría volver a
oírle jamás.
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
El animal batió las alas y se retorció
sobre sí mismo. Buscaba hambriento al desvalido que se había
rebelado ante él, tratando de girar su abominable cuerpo con
esfuerzo y fiereza para que sus fauces apuntasen en su dirección. El
guerrero, desarmado, notó entonces su cuerpo más pesado que nunca,
aplastado contra el suelo, somo si la sola presencia del demoníaco
ser fuera suficiente para golpearle y dejarle fuera de combate.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
Una bocanada de aire entró en sus
pulmones y volvió a saborear el vómito que le sobrevenía. Un nuevo
batir de alas y la tierra vibró bajo él, aquejada del mal que la
sobrevolaba. El animal se dejó caer sobre sus poderosas patas
traseras revestidas de magma aún fuído y zarandeó la cabeza,
empujada por su propio peso. Luego las mandíbulas crujieron para
abrirse a un pozo cuajado de dientes. El chirrido ensordeció al
guerrero, y por un momento creyó sentir que el furioso rugido haría quebrar sus
huesos en miles de pedazos como una frágil vasija de cristal
estampándose contra un suelo. La boca del demonio se
cerró y sólo entonces el hombre contuvo la respiración
esperanzado. En medio de la tormenta más cruenta, la lluvia de
sangre cesaba para dejarle ver un finísimo rayo de sol. En cuanto
había tenido la oportunidad y el monstruo se dejó ver claramente,
comprobó que en sus oscuras cuencas solo había un tenebroso vacío
muerto. Había tenido ojos en el pasado, pero allí donde un día
habían estado, sólo quedaba un cuajado testimonio de órganos
putrefactos, derretidos e inservibles.
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<br />
<div style="margin-bottom: 0cm;">
Sabía que los dioses, los de los
hombres y los de las criaturas ancestrales, podían verle a través
de los siglos y de la oscuridad del cielo, los mismos que habían
enmudecido cuando le sacrificaron a un fantasma berreante de vísceras
y sangre, más complacidos por las desdichas humanas que conmovidos
por sus súplicas. Los crueles dioses, los que jamás estuvieron de su lado, habían aprobado ponerle al
límite de sus posibilidades humanas, y habían creído que sería
más entretenido permitirle soñar con la probabilidad de concebir
una mínima oportunidad de éxito ante un dragón ciego.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: center;">
<b><span style="color: #666666;">***</span></b></div>
Alba.Rolsferhttp://www.blogger.com/profile/05507961838945245603noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1147446232815802397.post-37977356891093170292016-05-22T10:33:00.002-07:002016-05-22T10:33:54.521-07:00Mazmorras<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;">Se
pasó la mano por el rostro y con la yema de los dedos ejerció
presión sobre sus párpados, tratando de aliviar el escozor de sus
irritados ojos. Cuando levantó la cabeza para dejar de leer y vio la
oscuridad de la noche a través de la ventana, supo que había pasado
demasiado tiempo leyendo, tanto que ni si quiera sabía qué noche de
qué día era aquella. Se levantó de la gran silla de piel y madera
y caminó entumecido hasta la ventana. Abajo, en la plaza, los
faroles seguían prendidos y la gente de la ciudad continuaba con una
celebración de varios días. Los adoquines de piedra estaban
cubiertos de vino y cerveza, los grupos ruidosos iban de aquí allá,
tropezándose entre si, había música, cantos, risas, gritos. Desde
su ventana el gobernador no recordaba una fiesta en la que los
ciudadanos ebrios no terminasen peleándose entre si por alguna
discusión absurda y nimia, magnificada hasta extremos ridículos.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;">En
aquella ocasión, no era una celebración típica; un momento social
en el que los vecinos aprovechaban para embriagarse, murmurar,
extender chismes, cortejar, robar, retarse y perderse entre las
multitudes de rostros poco a poco transformados a medida que la noche
se aproximaba al nuevo día. Todos allí abajo bebían y cantaban por
un mismo motivo, solo uno y el gobernador, que comenzaba a sentir el
cansancio de una edad temida por los hombres, no podía más que
sentir recelo por todos ellos.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><br />Se
apartó de la ventana, abrumado por sus propios pensamientos, y
regresó a la mesa donde el libro continuaba abierto. Pasó los dedos
por una de las viejas hojas amarillentas y se dirigió a la puerta de
su dependencia. Fuera, a ambos lados de la puerta, dos guardias con
casco de bronce y alabarda vigilaban como estatuas que formasen parte
de la decoración de guerra.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><br />—Llevadme
a las mazmorras — ordenó con la voz cansada.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><br />Ambos
soldados se pusieron en marcha. Uno en cabeza, otro a sus espaldas,
custodiaron su camino a través de las estancias y pasillos de piedra
hasta salir del confort de la gran casa. Entraron en las dependencias
de los guardias, traspasaron la primera muralla y llegaron hasta uno
de los torreones que servía como entrada a las mazmorras
subterráneas. Una vez dentro, el hombre tomó una de las antorchas y
se volvió hacia sus centinelas.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><br />—Id
a descansar lo que queda de noche y que otros os releven hasta el
amanecer. No quiero volver a ver vuestros cascos hasta pasado el
mediodía.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><br />Los
dos soldados saludaron con absoluta marcialidad y obedecieron
dejándole a solas en el túnel de roca que daba paso a los
diferentes niveles de celdas. En aquel lugar oscuro y húmedo iban a
parar los peores criminales, aquellos que, después de una serie de
juicios, se los condenaba a un encierro que duraría lo que tardasen
en morir de hambre y sed. En los niveles más bajos se confinaban a
los peores hombres, mientras que en los superiores se encerraban
temporalmente a aquellos reos a los que les esperaba una muerte
pública. Un verdugo daba muerte del modo deseado por la mayoría, y
su cuerpo era arrojado por el acantilado que separaba la ciudad en
dos mitades.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;">No
tuvo que descender ningún piso, y después de unas cuantas decenas
de varas a través de los pasillos estrechos, se detuvo frente a una
de las puertas de grueso hierro, negra, sin ningún tipo de abertura
o ventana. De su cinturón ancho de cuero pendía la vaina de una
espada ligera a un lado y un manojo de llaves de todos los tamaños,
todas oscuras y viejas, pero sólo había una romboidal que servía
para abrir aquellas puertas. La escogió con el tacto de entre todas
las demás, la desprendió del resto e hizo girar tres veces las dos
cerraduras que fijaban la puerta a la hoja. Cuando logró abrirla, un
hedor a humedad y humanidad emergió del interior como si hubiese
tomado forma tangible. Casi era capaz de masticar la peste que se le
metía como dedos tibios por la boca y la nariz. Sin traspasar el
umbral, el hombre iluminó el diminuto interior con la antorcha y
arrojó luz sobre un cuerpo tendido en la fría piedra, con la
espalda apoyada en una de las paredes y la cabeza tan caída que
parecía tener el cuello roto. Sin embargo, en la soledad de aquel
lugar umbrío era capaz de escuchar una leve y lastimera respiración
irregular.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><br />—Deberías
haber muerto de sed hace tiempo, pero ahí estás, paladeando aún la
fetidez de lo poco que le queda a ese cuerpo miserable.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><br />Su
voz era como un insulto proferido con la mayor repulsión que podía
sintetizar verbalmente. Pero mayor era la rabia, que le obligaba
hablar pausadamente para no atragantarse con sus propias palabras. Al
oírle, el reo comenzó a reír débilmente y de inmediato un ataque
de tos seca le sacudió el cuerpo. A penas tenía fuerzas para
separar la barbilla del pecho.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><br />—¿Habéis
venido a compartir mi almuerzo? —preguntó agotado antes de que su
saliva convertida en arena se agarrase de nuevo a su garganta y le
hiciera toser con mayor violencia.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;">Estiró
las piernas y un intenso olor a putrefacción se esparció por el
aire, haciendo que el gobernador arrugase la nariz y retirase hacia
atrás la cabeza, mas no se movió de su posición.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><br />—El
pueblo quiere ver como un verdugo cercena tu cuello hasta hacer
saltar tu cabeza. Algunos quieren llevarla en volandas como un
trofeo, clavada en una pica. Es una mayoría, pero los hay que creen
más justo entregarte vivo a la muchedumbre para que ellos mismos te
despedacen con sus manos. En toda mi vida, y he tenido que dictar
sentencia a muchos cientos, había aceptado la crueldad que a veces
me imploraba mi gente. Pero ahora... Ahora que puedo verte bien, ver
lo poco temible que resultas ahí echado, ahora que puedo oler de qué
está hecha tu alma negra, desearía ceder a ese instinto y sacarte
yo mismo los ojos de las cuencas.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><br />El
cabello lacio, largo y sucio del reo ocultó un gesto, no de burla,
si no de desagrado, mientras levantaba un poco la cabeza y volvía a
balancearla.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><br />—Pero
he leído mucho sobre los hombres como tu —prosiguió —. Una
resistencia increíble y un espíritu de invencibilidad envidiable.
Los panaderos, herreros y zapateros caerían agotados todos ellos
antes de que tu te tambaleases por las palizas. Algo tan cruel, de
raíces negras tan profundas, sólo merece ser cortado de un sólo
golpe y de modo definitivo, demasiado rápido, tal vez. Mis pobres
hijos... —su voz flaqueó —. Ellos no tuvieron tal suerte.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><br />—Sus
hijos —murmuró quedamente intentando alzar la vista para mirarle.
La puerta abierta era una suerte de ventana al exterior que renovaba
el viciado y pesado aire que retenía en los pulmones, y notaba su
sentido estabilizándose poco a poco —. Eran hombres, no niños.
Los hijos de nobles, reyes y justos gobernantes suelen ser instruidos
para blandir espadas en virtud de sus honores y el de sus padres,
pero no reciben la disciplina que les enseña a reconocer en qué
momentos deben o no interponerse en el camino de un hombre
desesperado. Lucharon bien, pero me resultó tan sencillo
sacudírmelos de encima que casi llegué a sentir lástima por tal
desperdicio. Debió darles a sus hijos esos libros, de paso que les
enseñaba a no subestimar a una bestia, como dicen que soy, cuando va
desarmada.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;">Como
cabría esperar, el gobernador se sintió profundamente ofendido.
Adolorido aún por la recentísima herida de haber perdido el mismo
día a sus cuatro hijos varones, maldijo al asesino, a sus manos, al
maestro de espadas que instruyó a sus vástagos, a la loca decisión
de acudir juntos a la defensa de la torre principal y a sí mismo por
no haber hecho nada por evitar un desenlace tan descorazonador y al
mismo tiempo previsible como había sido aquel. Maldijo a los
guardias que no repararon en aquel hombre, demasiado acostumbrados a
los rasgos extraños y exóticos de las muchas y diferentes personas
que cada día visitaban la ciudad del cañón. Maldijo y escupió
sobre todas las cosas, salvo en la oportunidad que le estaban
brindando los misericordiosos dioses en aquel preciso momento.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><br />Sin
soltar la antorcha, y notando sus ojos empañados por la rabia y el
dolor, llevó la otra mano a la empuñadura adornada de la pequeña
espada para desenvainarla suavemente, midiendo con cada gesto la
naturaleza de sus pensamientos y de lo que deseaba hacer. A penas
alargó un poco el brazo, fue capaz de tocar con la punta del filo el
mentón del condenado y hacer le levantase la cabeza. Y no vio más
que negrura y locura en los ojos que se cruzaron con los suyos.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><br />—Deberíais
dejarle eso al verdugo. Ambos sabemos que me queda mucho para morir
de sed.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><br />—Debería
ensartarte, lo suficientemente despacio como para que tuvieses tiempo
de suplicar, pedir perdón, llorar y notar como se te pudre el cuerpo
antes incluso de que llegues al último sótano del infierno.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><br />La
idea no impresionó al reo. Más que eso, pareció encontrarla
atractiva.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><br />—Mi
cuerpo lleva mucho tiempo pudriéndose —aseguró mientras el frío
acero le acariciaba la nuez —. No soy un hombre cruel, creedme,
aunque haya actuado con crueldad en el pasado. Hace unos días
asesiné a cuatro cuyos destinos colocaron ante el hombre equivocado.
Hijos del hombre equivocado. Como me imagino lo han sido todos hasta
ahora.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><br />El
hombre apretó los dientes y el filo contra la piel al mismo tiempo,
y un hilo de sangre negra comenzó a recorrer la garganta hasta las
maltrechas ropas del prisionero. Este, en cambio, a penas se inmutó.
El dolor punzante era casi placentero, como si hiciera revivir su
nervio tras lo que le había parecido una eternidad encerrado.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><br />—¿Lo
haréis? —preguntó entrecerrando los ojos.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><br />—Lo
haría si ahí arriba no hubiese una muchedumbre enloquecida deseosa
de ver cómo te despedazan. Pero quizás debería olvidarme de todo
eso y hacerlo yo mismo, nada me complacería más y cuanto más lo
pienso menos problemas encuentro. Vería en sus ojos cierta
decepción, pero no me culparían. Podría... Podría y me tientas
con ese desdén sin medida. También he leído sobre eso. Un absoluto
desinterés por todo y por todos.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><br />—Tantos
libros.... —masculló el prisionero —y seguro que sois un hombre
enormemente supersticioso. Es lo que ocurre cuando uno lee tanto
sobre dioses, monstruos y espíritus vengativos.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;">El
hombre apoyó la punta de la espada en su hombro y comenzó a ejercer
cierta presión. Notó como el cuerpo se resentía bajo la herida
pero no escuchó queja alguna.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><br />—Ya
he pagado por mis pecados, miserable. No me quedan herederos —aclaró
—y tu muerte no representa un remordimiento para mi. Al contrario,
hay dioses conmigo ahora que me apremian a vengar las almas de mis
buenos hijos.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><br />El
reo levantó la cabeza. No sentía tales presencias, pero tal vez el
gobernador si, o tal vez no fueran más que sus demonios propios
susurrándole que hiciese lo que tanto deseaba, aquellas voces
tentadoras que tan a menudo se pegaban a los oídos de los hombres
desesperados y cegados por pasiones terribles.. Le miró y no vio más
que un anciano acabado, cansado y dolorido. Aunque no llegase a
comprender aquel dolor, sí podía comprender que aquel no era ni de
lejos un hombre que mereciese el infierno. No al menos al infierno
que parecía pretender caer por conseguir tan ínfimo alivio.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;">La
punta afiladísima se hundió en su carne y no pudo evitar retorcerse
un poco, ahogando un gruñido. Alzó una mano y envolvió el filo
entre sus dedos, impidiendo que siguiese avanzando.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><br />—Quizás
si debería pedir clemencia ahora que mi vida languidece tan
penosamente entre estas paredes y vuestra afilada hoja —balbuceó
con debilidad y los ojos del gobernador brillaron —, pero mi carne
será igualmente atravesada y no hay piedad que escuche mi corazón
corrompido. No hay piedad aquí, ni más allá de esta noche de lobos
hambrientos. No habrá nunca consuelo, ni calma ni paraíso. Se
abrirá el cielo y caerá en mil pedazos en el fin de los días y
sólo entonces mi eterna batalla llegará a su fin. Ahora o mañana,
cuando la sangre deje de recorrer mis venas y ese filo vuestro brille
al otro lado de mi cuerpo, estarán al otro lado aguardándome las
ascuas en los ojos de todos aquellos que ajusticié a la ligera.
Cabalgarán sobre mis huesos hasta astillarlos, tantas veces como
persigan las lunas a los soles. Mas recuerda —alzó la vista y
clavó los ojos en los del gobernador, tan ansioso de darle muerte
como de escuchar razones por las que no hacerlo—Mi mente está
igual de afilada. Esta noche, cuando hayas caído sobre tu cama,
agotado, tristemente embriagado por un triunfo menos que mediano, mi
recuerdo y fantasma se presentará en tus sueños desde el pestilente
infierno. Te atormentará cada vez que pliegues los párpados con
visiones de lanzas atravesándome la garganta, a los perros errantes
comiéndose mi carne mientras agonizo noche tras noche por un sólo
instante de sosiego en una eternidad de merecidas calamidades. Mátame
ahora, cumple con tu deber y acalla esas voces y recuerda después,
que antes los jueces del más allá, mis pavorosos crímenes de
guerra y este acto que vas a cometer no se distinguirán de origen, y
serás tan despreciable asesino como yo.</span></div>
<br />
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: center;">
<b><span style="color: #666666;">***</span></b></div>
Alba.Rolsferhttp://www.blogger.com/profile/05507961838945245603noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1147446232815802397.post-59095144964367655782016-05-01T12:18:00.000-07:002016-05-04T12:05:37.000-07:00Cazadores<div style="margin-bottom: 0cm;">
El camino que cruzaba la arboleda de
viejos y enormes olivos serpenteaba arenoso bajo los brillantes soles
de la mañana. Era una ruta alternativa al camino principal que
conducía directamente a la aldea, ofreciendo un rodeo mayor, que
llevaba a una pequeña posta para los viajeros. El objetivo era
llamar poco la atención, y el motivo eran sus habituales visitantes
y huéspedes; lo peor que podía dar cada región de sí misma.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
—Todavía es temprano, no creo si
quiera que el viejo Hung se haya levantado de la cama —se oyó
decir a una voz ronca a lo lejos.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
— Ha debido de hacerlo, si quiere
limpiar de vino y sillas rotas el estropicio de todas las noches a
tiempo—se oyó a otra en tono burlón.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
Los dos hombres, una pareja de
harapientos rufianes que escondía afilados cuchillos entre los
pliegues de telas, se dirigían como cada semana a la posta de Hung a
recobrar las fuerzas por medio de bebida y todas las clases de carne
que el viejo podía ofrecerles. Unos huéspedes que llevaban años
permitiéndole al negocio seguir manteniéndose en pie, se habían
vuelto exigentes con el tiempo, y consentidos por el hombre que comía
gracias a ellos, no sólo se conformaban con carne de caballo y
cabra, reclamaban también la de las jovencitas, a menudo sin
familia, que terminaban recurriendo a aquel antro para alejar su
vergüenza de los conocidos y ganar algunas monedas.
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
— Alto —ordenó el de la tez más
oscura bajando el tono de voz y alzando una mano.
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
Su compañero obedeció y miró en la
misma dirección, esbozándosele una amplia sonrisa al comprobar de
qué se trataba.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
Sobre una roca grande a un lado del
camino había algunas prendas de abrigo. Quien fuera que se hubiese
parado a descansar, había dejado también una bolsa de viaje y un
cayado. Además, los restos de una pequeña fogata aún humeaban tras
haberse apagado hacía poco.
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
— Una mujer — siseó el de piel más
clara tomando una de las prendas para inspeccionarla. Demasiado
colorida y elaborada para tratarse de un basto jubón de hombre.
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
— Ha debido apartarse, quizás en el
arroyo que hay aquí cerca...— la idea de pronto se le antojó
divertida. Inspeccionó dentro de la bolsa y no encontró más que
pan duro y algunas ciruelas secas aplastadas contra el fondo.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
— Si su intención era parar en la
posta a rellenar esto, voy a conocerla yo antes. Espérame aquí.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
El moreno salió del camino de un salto
y se dirigió hacia donde un pequeño arroyo murmuraba al norte
alimentando la tierra, un poco más allá, escondido entre los grupos
de árboles. El otro estaba demasiado interesado en recuperar
fragancias de las ropas abandonadas con su nariz torcida por los
golpes.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
— Clavo y flores —murmuró frotando
el mentón contra la tela — y sudor. Seguro que ha ido a lavarse.
Es mejor si las chicas están limpias.
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
Una risita. Se arrepintió de no haber
sido él el que fuera a buscarla, pero sin duda la buena amistad que
unía a los dos hombres permitiría compartir el premio. Desde luego,
un poco de pan duro no daba ni para empezar, y la mañana prometía
ser generosa con ellos.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
De pronto, un ruido, un rumor de hojas
y ramas. El blanco de piel cetrina y blanda como la mantequilla giró
sobre sus talones y observó a su alrededor.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
— ¿Estás ahí, mujer? — preguntó
con la voz cantarina, y las ramas de un grueso olivo se agitaron. Su
sonrisa creció —. Tal vez pueda conocerte yo primero. Al fin y al
cabo, mi amigo es un bruto ignorante, no sabría tratarte con
delicadeza — y arrojó la prenda sobre el suelo y tomó
el cayado abandonado.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
Se acercó al tronco ancho y retorcido
del viejo olivo y miró hacia arriba.
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
— Deja de esconderte y baja, se que
estás ahí — y sujetando el palo con ambas manos apretó con los
dedos la madera y trató de retorcerla.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
Un nuevo crujido, y algo asomó. Al
rufián no le dio tiempo de reaccionar cuando un pesado cuerpo se
desplomó sobre él tirándolo al suelo. Gruñó y trató de
levantarse, pero dos manos le sujetaban con firmeza por debajo de los
hombros, y cuando las miradas se cruzaron, su rostro se desencajó de
desconcierto.
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
Tenía sobre él a un hombre desnudo,
de piel cubierta de marcas e infinidad de cicatrices, el cabello
largo, enmarañado, del color de la ceniza y unos ojos tan claros que
a penas si tenía pupila, dos pupilas negras, pequeñas, clavándose
en las suyas.
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
Forcejeó, y el extraño pareció
cernirse sobre él con mayor fuerza. Maldijo en varios idiomas y
cuando quiso gritar para pedir ayuda, el ser que los había estado
espiando lanzó una dentellada a su garganta. Ahogó el grito entre
sus dientes, los hundió cruelmente en su carne y cerrando la
mandíbula con fuerza dio un tirón, irguiéndose como una fiera
salvaje que acababa de cazar a su presa. La tierra se empapó
enseguida y el hombre murió entre espasmos y un horrible gorgoteo. Pero
todavía quedaba uno.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
El hombre desnudo, más que hombre una
bestia sin habla, se levantó y rodeó el cuerpo dando saltitos para
tomarlo de un brazo y arrastrarlo entre los árboles en la dirección
que había tomado el otro. Cuando llegó al arroyo, su compañero
volvía de río arriba después de una búsqueda infructuosa.
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
Creía que era su compañero quien
salía a su encuentro, pero al alzar la vista le vio despedazado en
el suelo y a una criatura flaca en cueros de pie a su lado. De
huesos deformados y extremidades demasiado largas, con la boca roja y
la sangre chorreándole por la garganta y el pecho. La criatura
sonrió y enseñó los dientes rojos. Emitió un sonido agudo,
encogiéndose de placer al comprobar que el otro era incluso más
carnoso y de mejor aspecto.
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
El moreno contempló rápidamente las
posibilidades mientras desenvainaba uno de los cuchillos de su
cinturón. Entendió que alguien tan escuálido sólo podía haber
cogido por sorpresa a su amigo, y eso no le ocurriría a él.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
— Bestia inmunda —el hombre escupió
a sus pies al ver la horrible herida que había dado muerte al otro
—. Hombre que come a hombres, estás condenado, maldito.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
La criatura no le contestó más que
con aquella sonrisa ansiosa, y a verla débil, encorvada, el rufián
fue imprudente y se arrojó a por ella. Sin embargo resultó ser
extremadamente ágil. Tan sólo necesitó brincar a un lado y rodar
para esquivar un golpe demasiado lento y torpe. Tropezó y cayó de
bruces sobre el cuerpo de su amigo. Su garganta desgarrada fue lo
último que vio antes de que una mano flaca, de dedos largos y uñas
como garras cubriese su rostros y le desgarrase la carne dejándolo
ciego de forma terrible. Dejó caer el cuchillo y gritando se llevó
las manos a la cara. De nuevo, el medio hombre, medio bestia, atacó
el cuello. Al ver que un mordisco no era suficiente, arañó y
arrancó tiras de carne con sus manos hasta que dejó de emitir
sonido, de respirar y de moverse.
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
Los dos soles se habían ido
desplazando con calma a través del firmamento sin nubes, y la
criatura escuálida resultó tener un hambre voraz. Comió tan
ansiosamente como pudo sin atragantarse, arrancó brazos, dedos,
pies, masticó la carne cruda y sólo dejó huesos y ropa. Abandonó los huesos al pie de un árbol, cerca del arroyo. No le importaba
compartir las sobras con las alimañas de los alrededores que
probablemente alcanzarían el lugar al caer la tarde.
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
Con el estómago lleno, complacido y
satisfecho, inspeccionó las ropas de los dos muertos. Las encontró
demasiado viejas y raídas como para poder hacer nada con ellas, y
las arrojó al río. Inspeccionó sus bolsas y encontró monedas y
algunas cosas de mediano valor. Enterró entonces todos los cuchillos y armas
que encontró, y se llevó los saquitos de cuero tintineantes a la
roca donde la hoguera apagada ya se había enfriado.<br />
Añadió el
botín a la pila de objetos abandonados y se dispuso a encender una
nueva hoguera utilizando dos piedras redondeadas por el agua del
arroyo. Dos le habían alimentado más que uno, pero si aparecía
otro, o incluso más, no desperdiciaría la ocasión.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<br />
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: center;">
<b><span style="color: #666666;">***</span></b>
</div>
Alba.Rolsferhttp://www.blogger.com/profile/05507961838945245603noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1147446232815802397.post-69421562244277733672016-04-23T11:02:00.001-07:002016-05-01T12:20:09.428-07:00Las ruinas de Kattbalar<div style="margin-bottom: 0cm;">
Se había alzado hacía más de dos
siglos como el castillo más recio e imponente de las tierras grises
de ceniza. Construido sobre una colina próxima al mar, en la cima de
un acantilado, su torre del homenaje podía verse desde varias leguas
de distancia, como la lanza de un soldado inquebrantable, siempre
vigilando. La brisa salada había traído antaño a viajeros y
mercaderes de todos los rincones del continente.<br />
Las sedas, especias, criaturas exóticas de extraño pelaje, aves coloridas
y todas las joyas hechas de todos los tipos de piedra, metal y
conchas, se amontonaban en las calles, cuando, con cada luna llena, el
mercado se convertía en una ruidosa fiesta bañada por los soles durante el día, y los faroles verdosos y dorados por la noche. Durante días,
las caravanas iban llegando llenas de mercancías lejanas y partiendo
al hogar con otras muy distintas. Bardos, bailarines y taberneros
llenaban sus bolsas, y el gobernador se honraba a sí mismo y a su
familia celebrando banquetes para los residentes del castillo y sus
visitantes.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
Dos siglos después, la comida, las
canciones, las luces, los ruidos y los olores se habían hundido en
el mar sureño. El castillo había desaparecido. En su lugar había
un suelo de piedra agrietado y cubierto de lodo seco. Los muros eran
serpientes de roca rota que bien podían ser caminos, y de la
imponente torre del homenaje no quedaba más que un semicírculo
derruido, con un esqueleto de escaleras en espiral quemadas. Las
ruinas se alzaban a duras penas sobre una colina carbonizada en la que
no había vuelto a crecer ni una brizna de hierba. La tierra se había
secado y agrietado, e incluso las pequeñas alimañas sin miembros
parecían evitar aquel lugar.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
Toda luz se había reducido a una
pequeña hoguera de estiércol entre los cascotes, los manjares
dulces y ácidos en una simple sopa de pellejos secos cociéndose
lentamente y las canciones en una vieja poesía que entonaba un
anciano caminante para calentarse y sobrevivir al otoño que moría.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
Al menos aquella noche tenía una
acompañante, otra viajera, con menos de la mitad de sus años,
atraída por la luz en lo alto de la colina que le había prometido
calor y una probable cena. Lo que se había encontrado al llegar,
pese a no haber logrado cumplir ni lejanamente sus expectativas,
resultó reconfortante dada la calidad pésima de sus jornadas de
viaje desde hacía meses.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
Con los labios casi pegados y un hilo
de voz inaudible, mientras el viento silbaba alrededor, el anciano
volvió a recitar una parte: </div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<i><br /></i></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: center;">
<i>Ya casi estoy, amada mía, como cada noche en mis sueños te prometía.</i></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: center;">
<i>No habrá guerra que me impida buscarte, en esta vida, en la hora de la victoria, </i></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: center;">
<i>ahora que es un nuevo día.</i></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: center;">
<i>Ese sol que brilla y busca tu ventana por encima de las colinas, es mi alma </i></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: center;">
<i>que te esperaba adormecida. Ya voy, amada, acude al balcón donde ayer mismo te quería.</i></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: center;">
<i>Subiré alargando mi mano, y la victoria como regalo, brindaré ante ti con la mano tendida.</i></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
— ¿Qué canción es esa? —le
preguntó con su voz aguda, una muchacha de cara sucia y ojos
enormes, brillantes a las ascuas que brotaban de las boñigas de una
mula casi tan vieja como su dueño —. No es muy feliz, aunque es la
mejor canción que he escuchado últimamente.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
El viejo torció la boca bajo su espeso
y desaliñado bigote. Las arrugas de su rostro como pliegues caían
de tal modo que sus ojos quedaban casi escondidos tras las cejas.
Contestó primero con un gruñido cansado y atizó el fuego.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
— Un poema de después de la guerra,
cuando las tropas de la sangre hicieron caer sus rocas negras sobre el castillo. El soldado del poema
vuelve después, mucho después, tras un largo viaje por las guerras
de su propio señor. La mano de una de sus hijas le había sido
concedida si volvía vivo, y era uno de esos amores correspondidos
de los jóvenes. Ella le aguardaba en su balcón de enredaderas y
azahar, y él ansiaba, con cada noche que caía, volver a llamarla
desde abajo por su nombre al amanecer. Pero volvió y ya no quedaba
nada. La tierra había sido quemada y regada con sal, se dice que
incluso apresaron a todos y los llevaron lejos, para que al matarlos
la sangre no retornase a la tierra para curarla. Pero él... —hizo una
pausa insegura y luego sus barbas canosas y amarillentas se movieron
en una sonrisa—.<br />
A la joven no le pareció una sonrisa alegre, de
hecho, los ojos hundidos bajo los pliegues de piel le parecían
transmitir un enorme pesar. Ella esperó, pero el anciano no dijo
nada más.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
— Es una canción horrible —dijo ella —¿Qué ibas a decir? ¿Él fue a vengarla? ¿A su pueblo, al
castillo?
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
— No es una canción, es un cuento de
miedo —puntualizó el hombre removiendo la sopa por el lado del
palo con el que no había azuzado el fuego —. Aquí las canciones
callaron después de todo aquello, en su lugar quedó un eco muerto y
las madres han contado desde entonces a sus hijos la historia del
caballero y su dama, doncella y princesa. A veces los poemas se
cantan para ocultar la verdad, y la verdad es que la chica se murió
de pena al saber que su prometido, con el que se habría fugado de todos modos si su padre no lo hubiera enviado lejos, acudía al otro
lado del mundo a una guerra incierta. Él murió luchando, en cuanto pisó el campo
de batalla una flecha le cruzó el corazón. Se dice que ambos murieron al mismo tiempo, dos corazones unidos quebrándose a la par, un amor puro que se mantenía pese a la distancia. Esas cosas... de
jóvenes —farfulló para finalizar.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
La joven frunció la frente y apretó
los labios, abrazándose las rodillas.</div>
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<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
— Y además de horrible, triste.
Supongo que aquí es lo que abunda, justamente. Historias tristes y
tierra seca.</div>
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<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
La charla quedó interrumpida. Un
sonido de pasos de metal les indicó que ya no estarían solos por
más tiempo. La muchacha enderezó la espalda y echó mano del cayado
que la ayudaba a caminar, dispuesta a defenderles. El anciano, en
cambio, siguió pendiente de su pobre guiso.
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
Por la colina asomó primero una
cabeza, una sombra recortada contra la noche, y poco a poco un cuerpo
que se contoneaba torpemente. Los pasos sonaron con mayor intensidad y
por la ladera del oeste apareció un hombre con el rostro enrojecido
por el esfuerzo y cubierto de hollín y sangre de pies a la cabeza,
como si acabase de volver de una turbulenta batalla. Fatigado, se obligó a
seguir andando y se internó en las ruinas, cruzó el maltrecho patio
que antaño había estado cubierto de flores y arcos de piedra, pasó
por delante de la pequeña hoguera ignorando a los dos viajeros, y más adelante cayó de rodillas frente a lo que quedaba de la torre
central. Alzó los brazos y en lo que parecía un lamento, tan sólo
el viento tuvo voz.
</div>
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<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
La muchacha, que se percató de
inmediato que no había reparado en el rostro de aquel misterioso
hombre, demasiado absorta por encontrar otra alma en aquel paraje
desolado, lo observó con los ojos muy abiertos, miró al anciano, y
luego volvió la vista al extraño que continuaba clamando en un
sepulcral silencio.</div>
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<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
— Quién.... ¿conoces a ese?
—murmuró la muchacha sin parpadear, viendo como los brazos del
hombre caían como un peso muerto y su cuerpo comenzaba a temblar por
el llanto.
</div>
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<br /></div>
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— Ella hace mucho que está muerta
—le dijo el viejo apartando la cacerola del fuego —. Y él
también.</div>
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<br />
<br /></div>
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Alba.Rolsferhttp://www.blogger.com/profile/05507961838945245603noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1147446232815802397.post-45772702302036716992016-04-10T13:30:00.001-07:002016-05-01T12:20:16.874-07:00Bautismo de Sangre<div style="margin-bottom: 0cm;">
La gruta rocosa y desnuda que había escogido la vieja arpía para el ritual estaba completamente aislada en el exterior. Oculta en un alto risco, en ella no entraba la mortecina luz de la tarde invernal, ni el ulular del viento arremolinándose sobre la ladera, ni el canto de aves, ni olor alguno. Sólo se escuchaba el goteo incesante del agua filtrándose a través de la roca. Mientras, faenaba yendo de un lado a otro de la cueva, una cueva húmeda, aunque nunca lo suficiente para ella, iluminada por docenas de cirios de llamas violáceas que había estando encendiendo desde su llegada.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
Esperando a que la hora llegase, comprobaba ansiosa que todo estuviese en su lugar. Que los cirios se mantuviesen prendidos, que el dios al que se disponía a agasajar generosamente estuviese cerca, atento, y que el pozo de la ofrenda, un agujero profundo excavado en la propia roca en el centro de la cueva y llenado por completo de sangre humana, fuese perfecto para el ritual.</div>
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<br /></div>
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Era aquel un día especial para los futuros guerreros consagrados. Pero también lo era para ella. Un día así era una de las pocas ocasiones en la que podía estar sola. La humedad de la cueva era lo más próximo al agua que se le podría permitir estar. Era sin duda un día de júbilo, más cuando, por encima de todas aquellas cosas, iba a encontrarse a solas con al menos dos centenas de hombres que, uno por uno, llegarían a la cueva para que la mujer finalizase la iniciación. Sería la única dueña de aquellos hombres, la poseedora durante breves instantes que se le antojaban un dulcísimo regalo. Tenía muchas prohibiciones y tajantes obligaciones pero su mente, su fantasía hambrienta, no estaban restringidas de ningún modo ni perecían bajo prohibición alguna.</div>
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<br /></div>
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Se relamió pensando en ello, bailoteó a solas al rededor del pozo lleno de sangre y, arrodillándose en el borde, fingió estar viendo su reflejo sobre la superficie roja. Rió histérica y se amasó el cabello cano y húmedo.</div>
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Antaño, hacía ya el suficiente tiempo como para que nadie la recordase de otro modo que no fuera con aquella decadente apariencia, había sido una hermosa criatura, aunque mortífera y traicionera. Habitó lagos y ríos, y nunca había salido del agua dulce. Aunque tenía una forma natural femenina, su aspecto y rasgos podían cambiar mágicamente y a placer según los gustos de sus víctimas. Los varones incautos que se aproximaban a beber o a dejar que sus animales se abastecieran, encontraban nadando a una bellísima mujer, joven o madura, o incluso infantil, a veces, que sólo habían podido imaginar en sueños. Y, embelesados por el sueño hecho forma, entraban en las aguas atraídos por el rostro que les sonreía, la voz que les cantaba y susurraba sus nombres. Todos conocían la infame naturaleza de las ninfas, pero pocos o ninguno recordaban nunca las historias ni los avisos al verlas disfrazadas de poco menos que diosas.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
Algunas, ansiosas, acudían a ellos antes de que el agua les llegase a la cintura. Otras, más pacientes y crueles, jugaban con su presa escapando de ella nadando entre los nenúfares, escondiéndose entre las ramas de los árboles que crecían inclinados sobre la superficie, y reían, y llamaban. Pero todas ellas terminaban mostrando su verdadero rostro, ahogaban a los hombres con una fuerza brutal para después devorar su carne, triturando incluso los huesos con mandíbulas monstruosas.</div>
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<br /></div>
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En aquella cueva, la ninfa había dejado de ser hermosa, joven de apariencia, fragante, inocente. Su aspecto decrépito era el de una anciana escuálida a la que se le adivinaban las costillas bajo un fino camisón raído y mojado, pegado a la piel. Era de dedos largos y retorcidos, pelo escaso, arrancado a mechones, y lo que delataba su procedencia mágica; dos ojos blanquecinos, hinchados como huevos duros, ojos de ahogado, y un penetrante olor a humedad y putrefacción. Haber sido obligada a abandonar el agua hizo que se ajase de modo indecible y sucumbió a una locura terrible en la que no recordaba quién era, quién había sido. Su voluntad, anulada por la de su dueño, era un constante duelo entre la sumisión absoluta y la frenética llamada de sus instintos ninfómanos. El miedo al castigo, siempre presente, la mantenía aferrada al yugo de total obediencia como si su vida, y realmente así era, dependiera de aceptar la esclavitud como el único modo de poder seguir respirando.</div>
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<br /></div>
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Mientras balbuceaba y brincaba entre los cirios haciendo que las llamas temblasen a su paso, llegó el primero de muchos. Olió su llegada antes incluso de que se escurriese por la estrecha grieta que se ofrecía como entrada a través de un pasillo angosto hasta donde la cueva se ensanchaba, donde esperaba ella, relamiéndose de los labios el sabor de la masculinidad que había empezado a percibir mucho antes.</div>
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El hombre que había llegado se encontraba desnudo y descalzo, tal como debían presentarse todos, y tenía pies, manos y rodillas en carne viva de haber trepado por la escarpada pared de roca. Ella sonrió al verle y rió de modo enfermizo, él reprimió una mueca de asco. Todos la odiaban, pero aquella noche, todos le pertenecían. Resuelto y decidido, tal como le habían enseñado, caminó hasta el borde del pozo y esperó instrucciones bajo la atenta mirada de aquel par de ojos aparentemente ciegos.</div>
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<br /></div>
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— A partir de esta noche, todo cambiará para ti, querido — siseó con un encanto perdido mientras caminaba hacia él orgullosa, oscilante, pero muy lejos de conseguir el mismo resultado que hacía mucho tiempo —. Pero no te va a importar — continuó—, porque no lo recordarás. Entra.</div>
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<br /></div>
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Señaló con un dedo flaco y torcido al pozo y se apartó para darle paso. El guerrero estaba preparado. Todos los de su igual se habían adiestrado para aquel glorioso día. A partir de entonces, si el dios les aceptaba, no tendrían que volver a soportar jamás el peso de sus débiles y corruptibles almas. Aquel dios de rostro oscuro y turbio las soportaría por ellos, y se llevaría también el sentir, el adolecer, los temores y las infértiles dudas que quebraban la voluntad del hombre cuando, blandiendo sobre su cabeza la espada, flaqueaba y sufría ante el desconcierto que padecían todos los guerreros a la hora de disponerse a matar. No existiría nunca más la voluntad errante del sentimiento que fluctúa, porque no habría nunca más ni sentimiento ni voluntad.</div>
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<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
Con los músculos tensos por la impaciencia, el guerrero entró en aquel pozo sin dudar y descubrió así lo profundo que en realidad era al quedar sumergido, un gigante de más de seis pies de altura como él, hasta la mitad del pecho. La sangre se mantenía tibia pese a la piedra gélida que la contenía.</div>
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La vieja arpía se arrodilló en el borde e hizo crujir todos los huesos de su cuerpo al contorsionarse. Para ella era fácil contactar con aquel dios, dejarse poseer por él, oírle, hacer que se le oyese. Alargó una mano por encima de la cabeza del hombre y le susurró con una voz que no era la suya.</div>
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<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
— Cuando tu cabeza esté debajo, abrirás los ojos y me verás, o no saldrás jamás.</div>
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<br /></div>
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Sólo una prueba, la última, y no volvería a recibir más órdenes de aquella pestilente mujer de pensamientos corrosivos. En algún momento, cuando la mente de los soldados ya había sido lo suficientemente manipulada, deseaban fervientemente poder hablar con aquel poderoso dios de sangre ellos mismos, sentir que les hablaba directamente sin tener que recurrir a aquella intermediaria, para todos ellos, indigna de tal honor. Indigna, sobre todo, por su incapacidad de sangrar.<br />
Dejó que la huesuda mano se le posase sobre el cabello y que le empujase hacia abajo, sumergiéndolo completamente.</div>
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Transcurrido un instante, el soldado había intentado liberarse pero la fuerza que ejercía aquella mano era insoportable. La sangre le había tupido los oídos y se le había metido en la boca, y, con los ojos aún cerrados, comprendió que no podía luchar. Se quedó quieto, confió, y abrió los párpados.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
Entonces ella lo supo. Su interior se llenó de la satisfecha divinidad complacida, los cirios de llamas violáceas se tambalearon y sus luces vibraron amenazando con apagarse, la gruta rugió desde lo más profundo de la montaña, habló, rió, y la bruja rió con ella. El guerrero convulsionó de forma involuntaria bajo su mano y esta no se retiró hasta que el espíritu que habitaba la cueva pareció calmarse.</div>
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<div style="margin-bottom: 0cm;">
— El último dolor que sentirás, mi pequeño hombrecillo — gruñó entre dientes con la sonrisa crispada, dejando que emergiera del pozo.</div>
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<div style="margin-bottom: 0cm;">
Lo hizo despacio, como quien despierta apaciblemente de un sueño de calma y paz. Abajo, en cambio, había sentido ser todas las víctimas que habían sido asesinadas para llenar aquel agujero de piedra. Al abrir los ojos, él fue la carne que arrancaron, su garganta la que abrieron una y otra vez, sus miembros los que arrancaron. El gaznate ahogó gritos de terror, sus pulmones se encharcaron hasta reventar, sus órganos se licuaron y le corroyeron. </div>
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Y al salir, se sintió renacer.</div>
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Como si su vida anterior, todo lo que había quedado antes de aquel pozo, no hubiese sido más que el sucio sueño y tormento de un vulgar mortal, observó que sus miembros estaban intactos, más sólidos que nunca, que su aliento persistía, que todo el dolor, miedo y desesperación desaparecían sustituidos por una placentera sensación de indiferencia por todo lo carnal, todo lo humano. Su cuerpo ya no era más aquel regalo de los dioses que debía cuidar y agradecer, si no un recipiente cualquiera hacia el que no conservaba el menor apego. Se sentía invencible, invulnerable, digno de su señor, su comandante y capitán, digno de formar parte de su ejército de gigantes, los conquistadores que jamás encontrarían montaña, océano o reino sobre el que no pudiesen hacer germinar sus destructivas semillas.</div>
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Y la marca, la inequívoca señal de que había superado con éxito aquella prueba para complacer a su nuevo dios, eran sus ojos. Teñidos con sangre, rojos e inyectados, jamás volverían a ser como antes. Podría lavar su piel, pero nunca sus ojos, los cuales verían hasta su muerte el mundo tal y como el dios quería que lo viese: siempre empapado en sangre.</div>
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Alba.Rolsferhttp://www.blogger.com/profile/05507961838945245603noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1147446232815802397.post-60899428453405751902016-04-03T11:48:00.000-07:002016-04-16T12:07:30.562-07:00Ceniza Merodeadora <div style="margin-bottom: 0cm; text-align: center;">
<div style="text-align: left;">
El hedor de los charcos secos de meados, ratas podridas y suciedad acumulada durante años se mezcló en el aire con el de la sangre recién derramada. Pero sólo la febril parturienta pudo apreciarlo.</div>
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
Con el cuerpo encajado entre el muro húmedo y la losa de la misma piedra que servía como catre para lograr sostenerse, recogió con las manos a un recién nacido escuálido y pálido que no lloraba, antes de dejarse caer de rodillas sobre el charco que se había formado bajo ella.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
Había orado sin descanso a los dioses desde que habían comenzado los dolores para que la hiciesen parir rápido, lo más rápido posible para minimizar el tiempo y conseguir no gritar en ningún momento. No le importaba el dolor, mientras fuese rápido y la desesperación no terminase llegando a ella haciendo que se rindiese a la necesidad de chillar. No le importaba el dolor si era rápido, y los dioses cumplieron. Dos de los carceleros que la habían encerrado la habían mirado con asco antes de arrojarla al sueldo de la pestilente celda, y uno de ellos le prometió tras escupir sobre un charco de sangre reseca que esperaría a que echase fuera al bastardo para matarlo él mismo y poder hacerle otro en seguida. Por ello, mientras mordía temblando un jirón de tela enroscado arrancado de su propio vestido, el esfuerzo hizo que su rostro se enrojeciese hasta perlarse de sangre.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
Arrancó de sus sucias vestiduras otro pedazo de tela y envolvió al recién nacido con él. Si los dioses le hubieran concedido otra benevolencia más, se lo hubiesen entregado muerto. Pero el bastardo, que no lloraba, ni tiritaba ni balbuceaba, respiraba pausadamente con los ojos cerrados, tranquilo, y con los delgados brazos azulados plegados sobre el cuerpo.</div>
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— Le habéis hecho callar — pensó sonriendo entristecida, viéndolo como una cruel burla.</div>
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<div style="margin-bottom: 0cm;">
No quería mirarlo. Aunque fuese fruto de un deseo violento y feroz de un Señor de Caballos, sabía que, de acunarle, de saludarle amorosamente, de recorrer con un dedo maternal sus rasgos, comenzaría a gritar de desesperación lo que no había gritado en todo aquel agónico proceso, dándose cuenta demasiado tarde de que los carceleros regresarían de inmediato para degollarle delante de ella y hacerle lo mismo cuando hubiesen terminado de arrancarle el alma definitivamente.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
Lo envolvió por completo, cubriendo también su cabeza, y lo dejó sobre el suelo en el lugar que ella había ocupado para parirlo. Después, comenzó a palpar la pared de piedra buscando uno de los ladrillos en particular. Se trataba de una losa estrecha, encajada en un hueco del grueso muro que, al quitarlo, dejaba una abertura al exterior por la que circulaba una brisa renovadora y luz. Incluso una luz mortecina de lunas y estrellas resultaba cálida y revitalizante si lograba penetrar en aquel espacio angosto, húmedo y apestoso.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
Al topar con los dedos fríos con la piedra saliente, la agarró con desesperación y tiró de ella. La brisa de la noche golpeó su cara, le trajo olores del exterior, a agujas de pino, fruta madura que había caído sobre la tierra y leña ardiendo de los hogares que había dentro de la fortaleza. Cerró los ojos llorosos, y por un breve instante se dejó llevar por los aromas nuevos, por el frescor del aire, y olvidó donde se encontraba. Había descubierto aquel respiradero improvisado la misma noche que la habían arrojado al interior de la celda, y la facilidad con la que dio con él le hizo suponer que muchos antes que ella, en aquel mismo lugar, lo habían utilizado de un modo similar. Esperando el día del juicio, llamado así por ejercer sobre los reos un modo de tortura más; el de la falsa esperanza, pues no se trataba más que el día de las ejecuciones, muchos como ella encajaban la cabeza dentro de aquel hueco y probablemente se dejaban arrullar por el sonido de las copas de los árboles meciéndose a compás del viento, de la lluvia, si los dioses bendecían la tierra con purificadora agua, y con aire fresco y olores que con total seguridad les recordarían a sus hogares perdidos para siempre.</div>
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La paz duró poco. En seguida el dolor típico de la carne viva hizo que su vientre se endureciese, haciendo que se doblase sobre sí misma hasta llegar al suelo. Recordó dónde estaba, cuál era su delito. La pena de muerte la había condenado nada más tratar de exigirle al padre de aquel bebé su parte de responsabilidad. Un plebeyo cualquiera quizás la hubiese ignorado durante un tiempo prudencial, cediendo enseguida a entregarle comida, algunas aves de corral, o incluso parte del dinero que honradamente ganase. Incluso un Señor de menor categoría habría aceptado a regañadientes brindarle algún tipo de protección y facilidades para la crianza del niño, si finalmente consideraba que era suyo y el remordimiento le privaba de descanso. Pero no aquel Señor de Caballos, no uno de su clase y rango, el más rico de la ciudadela, el que abastecía a los jinetes de varias ciudades con los mejores animales, y no el que tenía por esposa a la mujer considerada la más bella y elegante de las que vivían dentro de las murallas. Que una pescadera desaliñada y en absoluto atractiva, indigna de un hombre como él, se atreviese si quiera a insinuar que el hijo que llevaba en el vientre era suyo, insinuar que que la habría encontrado momentáneamente deseable, constituía un insulto imperdonable, un intento de destrozar su buen nombre y reputación, y un chiste sin gracia para los hombres de confianza de aquel Señor, que tomó de inmediato su petición como una acusación injuriosa merecedora de una sentencia definitiva y tajante. Ninguno de sus hombres, ni si quiera los que sabían la verdad, mostraron atisbo alguno de duda en la palabra de su Señor.</div>
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La amenaza del carcelero volvió a su mente, golpeándole las sienes como un acero retorcido y helado. Presa de la desesperación, sollozando y balbuceando plegarias a quienes quisieran oírlas, tomó la determinación de que aquella bestia no tocaría a su hijo, y quizás, después de arreglar ese asunto, tampoco tocarla a ella. No se detuvo a pensar dos veces en la idea que le había cruzado la mente, una idea susurrante, pronunciada por una voz de serpiente, de seductor siseo. Supo inmediatamente de qué se trataba, pero no sintió miedo. Los dioses eran dioses, y sus ideas eran instrumentos valiosos que los mortales podían utilizar para liberarse de si mismos, de los monstruos en los que a menudo se convertían.</div>
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Tomó de nuevo a su bebé, con extremo cuidado, y contuvo la respiración tratando de no atragantarse con sus propias lágrimas. Lo dejó envuelto como estaba dentro del hueco en el muro, cerca de una caída de muchas varas, pero lo más lejos que podía dejarle de aquella fortaleza infame, y volvió a colocar la estrecha piedra cubriendo el respiradero improvisado. La oscuridad se hizo de nuevo, y en un instante los aromas suaves del exterior desaparecieron, saturándose el aire del hedor acre que lo impregnaba todo.</div>
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— Cuidad de él, tomadme a mi — suplicó con el rostro hinchado antes de buscar a tientas por el suelo algunos pedazos de roca que fue estrellando contra el suelo tratando de sacar de ellas lascas afiladas —, porque con absoluta fe aquí me entrego.</div>
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Fuera de la torre, al lado hacia donde se abría el ventanuco y que daba también hacia el exterior de la muralla, llegaron a su vez olores extraños hasta los árboles. Los altos muros y el torreón de los reos se alzaban hacia el cielo, ribeteándose contra un manto estrellado, y pequeñas criaturas nocturnas dejaron a un lado sus cazas y vidas para centrar la atención en el olor del bebé todavía sanguinolento que reposaba escondido en la fachada de la torre.</div>
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Eran merodeadores de ramas, kobolds arbóreos, uskahilds, o perrillos de cuatro manos como los llamaban en algunas partes. Las copas de los árboles se agitaron cuando un pequeño grupo de estas criaturas salvajes fueron atraídas por el aroma del recién nacido y decidieron emprender un ascenso por la fachada del torreón hasta dar con el origen de aquella curiosidad que les había llamado la atención.</div>
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Como si se trataran de sigilosas sombras, treparon con el cuerpo pegado a las piedras con increíble facilidad, y ágilmente se dejaron colgando boca abajo sobre el hueco aquel. Dos de ellas manosearon el bulto envuelto en trapos y uno metió entre los jirones de tela su hocico largo y arrugado. Otro lo espantó de un manotazo y le gruñó algo similar a un primitivo idioma. No necesitaban desenvolverlo para saber qué era. Las pequeñas criaturas, que medían poco más de una vara de alto, reptaron como lagartos por la pared de un lado a otro, al rededor del hueco, y el recién nacido comenzó a agitarse. Los tres que habían trepado hasta allí intercambiaron algunas palabras en aquel idioma basando en chasquidos y gruñidos, y resolvieron bajarlo y llevarlo a las ramas con ellos. Era habitual que los kobolds, vivieran donde vivieran, se colasen en las casas de los hombres para robar la comida que preparaban, y nadie se percataba de lo que había ocurrido hasta que las porciones de pan, tortas y queso disminuían notoriamente. Sin embargo, lograr robar un bebé humano era algo que no ocurría a menudo, y sin duda aquella noche, y las siguientes, hasta que dejase de ser una novedad, los merodeadores de ramas celebrarían la llegada de un nuevo y exótico miembro a su familia.</div>
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El recién nacido, una vez bajo la protección de decenas de pares de ojos enormes y brillantes y de las ramas de los árboles, fue desenvuelto, cuidadosamente examinado y adoptado bajo un nombre en virtud del color de su piel. Le llamaron <i>Ceniza Merodeadora</i>.</div>
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A la salida del segundo sol, el portón de la torre se abrió emitiendo un estridente chirrido y las voces oscas y las desagradables risas de los dos carceleros inundaron la aparente paz que había estado reinando en el interior durante las horas anteriores.</div>
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Cruzaron los corredores camino a una de las celdas donde un prisionero aguardaba ser llevado a la plaza de ejecuciones, pero en mitad de sus bromas en las que describían entre risotadas cómo la sangre había salpicado el palco, o como unas doncellas se habían desmayado en la anterior mañana, uno de ellos se desvió del camino para acercarse a la celda de la pescadera preñada.</div>
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— No hay tiempo — masculló su compañero sin mirarle, arrugando la cara en un gesto de asco.</div>
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— ¡No es más que un momento! — aseguró mientras se acercaba a los barrotes —. Tan sólo quiero darle los buenos días a mi princesa de tripas de pescado.</div>
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Al acercarse, al no ver bien, se quedó un instante en silencio sin comprender lo que ocurría. El otro carcelero chasqueó la lengua incordiado y se puso a su lado, levantando el candil de aceite que llevaba para iluminar el interior de la celda. En cuanto la luz dorada alumbró la piedra y el cuerpo, uno de ellos maldijo y otro escupió al interior del cubículo.</div>
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— Puerca maldita... — dijo el primero levantando un poco más el candil, tratando de iluminar las esquinas de la celda. El otro se inclinó hacia delante para poder ver a la mujer más claramente.</div>
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— Se ha rajado la garganta con un trozo de piedra — declaró repugnado al percibir sobre su piel blanquecina un corte brutal, profundo e irregular.</div>
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<br />
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— Después de haber parido y haberse comido a su propio hijo — sentenció el otro.</div>
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Alba.Rolsferhttp://www.blogger.com/profile/05507961838945245603noreply@blogger.com0